martes, 16 de noviembre de 2010

La casa muerta


La vieja Siam dejó de respirar, ahora un hueco libera el paso que nadie caminará. La tierra cobriza no sabe donde amontonarse, el hermoso relieve de libros y estantes se ha derrumbado. La llanura ganó terreno en medio de la sierra.
Desorientado, aquél que me invitaba a escalar, no cobija más que baldosas. Ventanas miran al vacío de plantas ausentes y juegos de mesa de la tarde. No hay mecedora ni revistas. Nadie corre a frenar el agua que se desborda en el fondo.
Los pájaros esperan cada día las migas que hoy sobran en otra mesa y sienten frío bajo el gomero sin podar.
El jazmín derrama su perfume pidiendo que lo dejen entrar en la sala, en una suave vasija. Pero las puertas cerradas le dan su espalda transparente mostrando lo prohibido, lo vedado. Y es triste ver la vida de ayer riendo en su patio mojado de piletas llenas de primos que esperan al crepitar del fuego que los llame a comer.
La voz que traía historias pasadas fue la primera en callar. Luego otras risas trajeron ecos pero también partieron mirando con nostalgia la última imagen viva.
Se está muriendo, ¡ay! si la vieran. Su alma ha sido enterrada en el jardín, ya no vigila la ventana ni dormita en sus esquinas pendiente de los ruidos.

1 comentario:

María Susana Fernández dijo...

Hola Agus, me hacés llorar con lo que escribís. Te tenías guardado el secreto del blog. Te mando un beso, seguí así.